Allí estaba él... Apoyado su cuerpo contra
un contenedor de basuras... Triste, vencido y cubierto de polvo.
Sin vacilar lo subí a mi auto y lo llevé a
mi casa... Humilde y callado quedó en un rinconcito. Hasta él llegué
repetidamente para intentar por todos los medios a mi alcance que volviera a la
vida... Me alegré de veras cuando logré oir su voz.
Sin embargo, el continuaba recluído, casi
inadvertido y silencioso en su apartado sitio.
Poco a poco fué entrando en familia... Con
estupor fuí notando que mis hijos y mi esposa pasaban largos ratos junto a él. Se
fue adueñando de mis almuerzos y cenas... Su palabra parecía palabra santa.
Todo lo que hasta allí era inconveniente o ilícito para nosotros, pasó a ser lo
conveniente y lo lícito... ¡Más aún!... Convenció a todos que el pudor era una
estupidez... Que el orden era una castración... Que la familia deshecha y
rehecha otras mil veces, era lo que "te daba onda"... Que el recato,
la obediencia y la estructura, eran cosas del pasado... Y que pretender
observarlas era colocarse en "off"---
Un día llegó a nuestra casa su
compañera... Y ella también se quedó... Y ella también se adueñó de la mente de
mis hijos. Cuando no estaban con él... Estaban con ella. Ya no nos dejaban
tiempo para conversar entre nosotros, en reir juntos como antes… En analizar
temas que considerábamos ejemplificadores y dignos... Pero que mi familia
rechazaba ahora de plano... Porque así le enseñaron "ellos"que debía
ser.
Como frutilla del postre, un aciago día
trajeron a su "pequeño"… Y desde entonces mi casa fué un boulevard
transitado por zombies que te hacían callar cada vez intentabas hablarles, pues
uno de los tres estaban haciéndoles conocer su alucinante mundo... Y no querían
interrupciones.
Hice partícipe de mis penurias a mi vecino
predilecto... Grande fué mi asombro cuando el hombre me dice: "No me
cuentes más... Si a mí me está ocurriendo exactamente lo mismo".
¡Bueno! -me dije- Mal de muchos consuelo de tontos... Pero no puedo negar
que algo me reconfortó al enterarme que no he sido el único "gil" que
había permitido al malhadado trío que se apoderara de mi casa y de mi gente.
Y el tiempo fué transcurriendo y ellos
seguían allí... No sólo no me animaba a expulsarlos... Sino que terminé
tristemente aviniéndome a prestarles mi atención y mi tiempo. Y ellos siguieron
aleccionándonos sobre como relacionarnos. Hasta casi lograron convencerme que
la familia no era lo que hasta allí yo creía que era, que mis hijos debían
criarse sin límite alguno, para que no fueran tras el paso de los años,
"reprimidos y frustrados"... Que no estaba tan mal que mi esposa
compartiera tiempo con otros hombres... Y yo con otras mujeres... Porque al fin
de cuentas "eso era renovarse... Y renovarse es vivir plenamente y sin
restricciones"... Que proteger la vida era "conservador"... Que
la unidad familiar a ultranza era un atavismo y una utopía... Que creer en Dios
y acatar sus leyes era ser iluso... Que espolvorearse la nariz o pitar un
"porro", era viajar hacia la felicidad plena... Y que el vivir
empastillado no era ni más ni menos que emplear las herramientas lógicas para
tapar las desventuras de la existencia.
En un momento determinado mensuré que se
estaba derrumbando todo lo que había construído con tanto afán... E hice lo que
debí haber hecho mucho tiempo atrás... Me dispuse a trasladar al televisor al
mismo contenedor de desperdicios, donde lo había encontrado... Y lo mismo
haría luego con la computadora y el celular... Mientras intentaba descolgarlo,
accioné sin querer el encendido... En la pantalla apareció alguien que debe
haber sido su abogado defensor... Como si hubiera adivinado mis intenciones,
decía: "No sólo estoy capacitado para decir inconveniencias... También
enseño, moralizo y educo... Lo que ocurre es que casi nadie me solicita con ese
fin... Si hablo bien nadie me escucha... Sólo logro atención cuando digo y
muestro obscenidades... Cuando mis chistes son subidos de tono o cuando enseño
a destruir... Cuando patentizo la tristeza el crimen, los cataclismos y las
bajezas del ser humano... Quizás se deba a que la gran mayoría les agrada ver
sus miserias reflejadas en una pantalla... ¿Te das cuenta?... La culpa no es
del chancho... Sino de quien le administra las vitaminas"...
No tuve más remedio que darle toda la
razón... Y avergonzado, -porque yo también manejo el control remoto-, me
disculpé en silencio… Y reverentemente lo volví a colgar en la pared.
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