miércoles, 15 de septiembre de 2010

"El homenajeado" (Cuento... ¡Pero no tan cuento!)


¡Jesús!... ¡Jesús!! -llamó María-. ¡No olvides que hoy es vísperas de tu cumpleaños!... No debes hacer esperar a los que te aguardan para homenajearte...
Está bien, madre... Si no queda otra!... Tendré que ir... Pero te aseguro que cada año me cuesta más!
Llegada la tardecita Jesús comenzó su recorrida por pueblos y ciudades. Con mal disimulado beneplácito, (al fin de cuentas era humano) observó que este año, -quizás como nunca antes-  su cumpleaños había desatado un revuelo inusitado... Sin ser muy perspicaz, cualquiera hubiera notado que el alboroto no tenía precedentes.
Calles iluminadas y adornadas con toda clase de lámparas de colores. Edificios ornamentados hasta la exageración; balcones, arboles, parquecitos y plazoletas, trenes, ómnibus y automóviles todos compitiendo en una lujuria de luces, bocinas y músicas estridentes...
Recorriendo una anchísima y poblada avenida, Jesús vio a varios conductores, que incluso abandonaban sus vehículos en pleno tránsito. Se juntaban y  abrazaban, tan efusivamente, que algunos caían sobre el pavimento... ¡Caramba! -se dijo en el colmo de su asombro- ¡Ya se están dando la paz desde  temprano!
Emocionado intentó acercarse al grupo en cuestión... ¡Cual no sería su asombro al comprobar, que lo que se estaban dando no era precisamente la paz, sino una intensa repartija de castañazos por doquier, mezclándose insultos irreproducibles, con voces de hombres y mujeres.
¡Se trata de un  problema de tránsito! -informó un comedido, sin que nadie le hubiera preguntado nada-  !Como todos los días!
Elevó sus ojos hacia los altos edificios... Vio marquesinas y carteles, con caras muy sonrientes de hombres, mujeres y niños, mostrando en sus semblantes risueños haber hallado la felicidad.
¡Qué bueno! -se dijo para sí mismo- Imagino que algo debo tener que ver en ese contento! Intentó arrimarse hasta donde pudiera leer el mensaje que explicaba tanta dicha.
Su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que la alegría de todos ellos, consistía en que habían descubierto la crema dental perfecta... El lavarropas al que sólo le faltaba decir papá y mamá... El fiambre sin colesterol... O el crédito a bajísimos intereses, con el que podrían comprar todas las sonrisas que quisieran.
Se aproximaba la medianoche, Jesús rumbeó hacia una inmensa iglesia que quedaba a pocas cuadras. Para su asombro, la halló cerrada. Un sacerdote joven, apurado  por llegar quien sabe adónde, se cruzó con Él en el atrio. Ante su pregunta, contestó: ¿la Misa de queeé?... ¿La Misa del gallo?... ¡Pero, mi amigo! ¡Eso es cosa del pasado! Ahora la celebramos tempranito para que todos puedan esperar la medianoche en casita.... ¡Bueno!... Es cierto que los chicos la esperan en las discos o en los cibers... y los mayores en el casino, los restaurantes o haciendo turismo... Pero... ¡Eso no es tan malo! Al fin de cuentas, Dios está en todas partes ¿no?.
Y... ¿Porque no está la iglesia abierta? -pregunto Jesús en un hilo de voz-
Ja -dijo el otro- ¿Para que nos choreen todo? Ni las ropas le quedarían a Cristo -sentenció-.
Jesús pensó que a él no le iban a sacar mucho que digamos... Si antes de crucificarlo
los soldados se dividieron su túnica y sortearon su manto. Además -pensó-, no todos los ladrones lo hacen por maldad; recordó a Dimas, que fue crucificado al lado de Él, y le pidió perdón por  todo lo malo de su vida...
Se sintió algo abatido, pero enseguida se reanimó, al recordar que en esa misma ciudad, habían programado una reunión, todas las Iglesias Cristianas del mundo. Al fin de cuentas, tenían el mismo jefe y fundador, así que aunque mas no fuera por una noche, ¡podían juntarse para festejar en unidad!
Llegado al sitio en cuestión, observó allá lejos, un escenario donde estaban todos los dignatarios de las iglesias cristianas del universo. También había relevantes invitados, reyes, presidentes, primeros ministros, legisladores, etc., etc. Un poco más alejados, contenidos por una cuerda, se apiñaban los que no tenían ni títulos ni alcurnia.
Ya plenamente reanimado, se dirigió resueltamente hacia el proscenio...Y  hasta allí hubiera llegado, si no se le hubiera cruzado en el camino, un señor vestido con un traje gris, y que lucía en su solapa izquierda, una inscripción, en varios idiomas, que decía: "Seguridad".
Con cara de pocos amigos, se interpuso, al punto que le decía: ¡Epa, amigo! ¿Adónde cree que va?...
Verá Ud. -dijo Jesús con voz atemorizada-, aquí festejan mi cumpleaños... Así que iba a reunirme con quienes me representan en la tierra.
El guardia se dijo para sí: ¡Habráse visto desparpajo!... Con una sonrisa irónica y muy poco diplomática, le dijo redondamente que se dejara de hablar pavadas... Que si quería seguir la ceremonia en vivo y en directo, tenía que colocarse detrás de la cuerda, y, ya perdiéndole el respeto en forma total, se burló diciendo: "!Salvo que el señor cuente con una invitación especial!”
¡Ma... ¿Qué invitación especial? ¡Yo soy el homenajeado! -dijo en una mezcla de enojo y angustia-.
¡Claro! ¡Claro! -bramó el hombre-. ¿En medio de que dignatarios debo ubicarlo? ¡Pero! ¿Por qué no se mira la facha? Si ni las manos se ha lavado como es debido! ¡Míreselas, y dígame si no!
Pero -balbuceó Jesús-, lo que pasa es que yo era carpintero. Me  falta una uña por un martillazo y los lustres me las mancharon. Y lo del medio no es sucio... Lo del medio son las cicatrices de los clavos -concluyó-.
¡Bueno amigo! -dijo el guardia dando por terminado el altercado- tengo mucho que recorrer... ¡Así que, o se pone allá atrás!... ¡O se manda a mudar!.. ¿Estamos?
Mientras se aproximaba la medianoche, comenzaron  los fuegos de artificios y el jolgorio fue en aumento. Jesús con tristeza se dijo: "voy a ir a una casita humilde; al fin de cuentas es sobre todo para ellos que vine a este mundo”.
Entonces se dirigió a una vivienda de barrio, donde un par de familias, con una caterva de niños, estaban llenando sus copas para brindar.
¿Puedo entrar? -preguntó tímidamente-. El dueño de casa le respondió: ¡¡Esteee!.. ¡Síi!... Estábamos alistando las copas porque de un momento a otro va a llegar "Papa Noel"... ¡Lo estábamos esperando! ¡¿Y usted quién es?!...
¡Yo soy Jesús! Y me parece que más que a Papa Noel, deberían estar esperándome a mí...
El hombre se turbó. Pensó un rato, y luego decidió: será mejor que esta disyuntiva la resuelvan los chicos; ellos a estas cosas la tienen bien claras. Y uniendo el dicho al hecho, los llamó a todos al punto que les decía: “Este hombre dice que es Jesús. ¿Qué hacemos? ¿Lo dejamos pasar o esperamos al "gordo"?
El mayorcito, un adolescente, tomó resueltamente la palabra y disparó sin anestesia: ¿Me trajiste la bicicleta que te pedí? ¿Viene la pelota para Pedrito?... ¿Y el celular de Antonio?... ¿Donde está la compu de Fabián?
Jesús quiso explicarles algo, pero no supo por dónde empezar. Entonces el joven remató: "¡Mejor es que te vayas!... No sea que el gordo Noel te vea queriendo ocupar su lugar, y nos deje a todos en banda con los pedidos”
Jesús recordó que un día sacó a latigazos a los mercaderes del templo… ¡Pero ahora las circunstancias eran otras!
El hombre lo acompaño hasta la puerta; mientras lo despedía le dijo con aflicción: -¡Lo lamento de veras! Hoy los chicos son quienes deciden. Extraña circunstancia vive mi generación: cuando éramos chicos nos hacían callar los padres y ahora que vamos para viejos, nos hacen callar los hijos ¿vio?
-No se preocupe -lo consoló Jesús- ¡Ya estoy acostumbrado! Una vez prefirieron a Barrabás, no puede extrañarme entonces que hoy me reemplacen por el "gordo".
Salió a la calle, y el desconsuelo lo mareó un poco. Se apoyó en un auto estacionado enfrente; un policía creyó que era el dueño del vehículo y quiso averiguar porque estaba mareado así que pretendió practicarle el examen de alcoholemia. Jesús pensó que eso era demasiado, por

lo que se negó rotundamente. Por tal motivo, el agente lo llevó a la seccional. El comisario, que había brindado demasiadas veces ese día, luego de escuchar su caso, decidió que este asunto era para un psiquiátrico… Y allá lo envió!!
Allí lo recibieron con algarabía. En el centro de la habitación había un pesebre, y a su alrededor bailaban en ronda, mientras entonaban un hermoso villancico. Luego se fueron sentando en el piso en la posición "del loto". Hablaban todos a la vez, pero -¡Cosa curiosa!-: Se trataban con afecto y se escuchaban unos a otros. Reían con deleite de sus propios dichos...
Un hombre presentó a Jesús y pasó a contarle que él, era Napoleón; y que la mujer rolliza y semicalva que estaba a su lado era María Antonieta. "Es el amor de mi vida" -acotó con embeleso-. Ella lucía sobre un pijama gastado una pollera de tul... Y sonrió ante la mención.
Enseguida continuaron con sus dichos, amenos y desopilantes.
Un hombre gordo y pelado, dijo con orgullo que él, era Sócrates, y que por fin había logrado conquistar el corazón de Cibeles. Esta, a su vez, hablaba con un señor bajito -casi enano- al que le explicaba porque ella estaba en "paños menores". "
-Yo soy Cibeles, la diosa de la naturaleza y de la Tierra, ¿viste? Pero a pesar de eso, nadie me daba ni la hora… ¡Hasta que una amiga me avivó!: "Para ser una diosa -me dijo- tenés que mostrar tus atributos naturales". A nadie le importan tu sabiduría, ni tus sentimientos. Menos aún tu filosofía de vida o tus pensamientos. ¿No has visto las revistas? Para ser diosa hay que desnudarse mijita!”... Y tenía razón nomás. Dejé mi túnica, mostré lo mío ¡y ahora todos me dicen que soy una diosa de verdad!
Sin casi tragar saliva, "la diosa" continuó: -vos tenés que hacer lo mismo petiso. Para que te acepten como a un dios, tenés que fotografiarte en slips, mostrar tu musculatura, y, si es posible, hacer un gol con la mano o chillar con todo delante de un micrófono. ¡Como si te hubieran pisado el callo inflamado! ¿Viste?
Napoleón, con dulzura, declaró que a él no le importaba que María Antonieta fuera lo que aparentaba. ¡"Sé que el nuestro es un amor de locos -continuó-, pero si Uds. la vieran por mis ojos, estarían en el paraíso”, remató, seguramente remedando a Da Vinci.
Un morocho corpulento, dijo: lo único que importa es amar a alguien y a todos. Y, todos aquí sabemos que lo único que cuenta es el amor.
Jesús que escuchaba con atención, no pudo menos que admirarse ante lo que el hombre acababa de decir. Sin quererlo, amagó un aplauso, cuando todos volvieron la vista hacia él. Napoleón, en nombre de los demás lo interrogó: “¿Y vos?¿De que estás disfrazado?” Jesús con infinita paciencia, le dijo que no estaba disfrazado de nada; que era realmente Jesús el Nazareno; que hoy era su cumpleaños; que todos lo estaban festejando, pero Él, que era el homenajeado, no había podido participar de su propia fiesta.
Ninguno de ellos tuvo problemas para aceptar su identidad... Le cantaron el "Happy Birthday", lo besaron con afecto y brindaron con agua.
No obstante, cuando Jesús emprendía el regreso, escuchó a Napoleón decirle a su consorte: este sí que está “de remate”... ¿Te imaginas? Si fuera Jesús no estaría aquí con nosotros, estaría festejando con cualquier dignatario de la humanidad.
Si -acotó María Antonieta-, todos se orinarían de a chiquito por juntar su copa con la de Él...
Jesús resignado, caminó hacia la salida. Volvió la cabeza y vio al morocho grandote que lo llamaba para despedirse. Se acercó y emocionado lo abrazó. Jesús le dijo:
- Me parece muchacho que vos no tendrías que estar acá.
- ¿Por qué? -dijo el otro-. Aquí estoy más seguro. Sólo tengo que cuidarme de unos cuántos; mientras que afuera el peligro son millones. Fijate Maestro -continuó-, hace dos mil años nos dejaste "la bolsa de la felicidad". ¿Te acordás?. Estaba llena de perlas. Cada una tenía un nombre propio: una se llamaba humildad, otra solidaridad, otra perdón verdadero, familia, confraternidad, tolerancia, alegría de vivir y ayudar a vivir. La bolsa con la que las envolviste, se llamaba "amor”. Pero los dueños de este mundo dijeron que usar esos ingredientes era dar ventajas. Por lo que decidieron dárselas a los chanchos para que las despedacen. Y si un humano pretendía usarlas, decretaron que había  que encerrarlo para que no contagie... ¡Como hicieron con nosotros!
Dicho esto lo besó en la frente, y se perdió en la semipenumbras del amanecer.
Jesús retomó lentamente el camino a su casa.
- ¡Al fin de cuentas, no todo ha sido negativo este año! -se dijo a sí mismo-. Al fin descubrí donde habían escondido "la bolsa de la felicidad” y  quienes todavía la usan: ¡En un manicomio! ¡En un manicomio! Cuando se lo cuente a mi madre no va a querer creerlo.
Y por primera vez en el viaje de aquel día, se dibujó una sonrisa en su cara triste.